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Foto del escritorArq. Santiago Vejar

El México Moderno de los Olvidados

AUTOR: Santiago Vejar

Arquitecto especializado en planeación urbana y OT. Escritor, fundador de ARQritic y TAVE.


Se acercaban los años cincuenta y México llegaba a su auge económico reponiéndose de la primera revolución social del siglo XX, evento que concluyó creando cambios estructurales importantes en los distintos ámbitos de la cultura y que dieron lugar al México que conocemos.


Las sucesiones presidenciales con intereses afines y las decisiones tomadas durante esta primera etapa del México posrevolucionario fueron determinantes para la construcción de una identidad nueva y ¿“moderna”? Esta ha sido una duda que ha prevalecido en el imaginario colectivo hasta nuestros tiempos. Sin embargo, el arte, que evolucionaba al mismo ritmo, nos daba indicadores de la respuesta, observaba y registraba los cambios con su propio lente y los exponía al público.


Para mediados del siglo, el conocido como séptimo arte llegó a la cima al mismo tiempo que la idea de modernidad y desarrollo, dejándonos ver en una de sus obras: “Los Olvidados” de la mano de un español recién naturalizado como mexicano la crudeza del México moderno.


De origen español, Luis Buñuel (1900-1983) fue una figura importante para el cine nacional y mundial, su primer cortometraje "Un perro andaluz" de 1929, lo realizó en colaboración con su compañero de colegio, Salvador Dalí. Sin saber que, después de esta obra indudablemente ambos se volvieron referentes del surrealismo en sus respectivos campos. 20 años después de su ópera prima estrenó, influenciado del neorrealismo gestado en Italia, “Los olvidados”, se trataba de una visión cruel de un méxico lastimado hecha por un extrangero, el público tenía motivos suficientes para disgustarse con la obra pero también motivos para darle la razón, pongámonos en contexto:



México se reponía de la primera revolución social comenzando la segunda década del siglo con una nueva constitución, de esta, surgieron instituciones como la SEP, el Banco de México, La comisión Nacional de Caminos, o el Banco Hipotecario y de Obras Públicas, todas ellas con el claro encargo de orquestar la reconstrucción económica del país.


Para los años cuarenta Europa sufriría de los efectos de una devastadora guerra mientras el país, fortalecido ya de soberanía energética experimentaría el llamado Milagro mexicano dentro del cual, la industria nacional del séptimo arte llegaría a su auge con el conocido Cine de Oro Mexicano.


Por su parte, en el campo de la arquitectura lo que inició como racionalismo alcanzaba su última faceta, se había incrustado en casi todas las partes del mundo, tal y como pretendía ser, un "estilo internacional". En Estados Unidos no solo los grandes edificios se erigían bajo este pensamiento, sino también la vivienda de los suburbios, las Mid Century Homes. Recordemos que personalidades como Richard Neutra o Pierre Koening son referentes de este estilo más modesto y doméstico.


Dentro del mismo contexto histórico cercano a los cincuentas, México estaba viviendo una etapa de modernidad holística pero con un desarrollo social sectorizado, la diferencias entre el campo y la ciudad incrementaron, en las zonas más urbanizadas grandes obras se levantaban bajo los nombres de personas como Mario Pani, Augusto H. Álvarez, Francisco Artigas, Max Cetto, Juan Sordo Madaleno, Matías Goeritz, José Villagrán García, Antonio Attolini Lack, Augusto Pérez Palacios, Enrique Carral, entre otros como el importante arquitecto Luis Barragán.


Con este boom de infraestructura la idea de un México moderno se presentaba con la construcción de universidades, centros de salud y desarrollos habitacionales como el Multifamiliar Miguel Alemán de Mario Pani, ligeramente alejados de la organización vecinal que dominaba el imaginario colectivo de épocas posteriores, se buscaban nuevas formas de organizar a la sociedad reorganizando a su núcleo “la familia”.


Fue justo este escenario de “modernización” el que evidenció con más fuerza la marginación en la que el sector de la sociedad menos favorecido ya vivía, y como si de algo planeado se tratase, el cine expuso dos visiones completamente opuestas de este sector de la sociedad. En el año 1948, el director Ismael Rodríguez presentó “Nosotros los Nobles” con la estrella del cine Pedro Infante en el protagónico. El largometraje manifiesta un retrato romantizado de la pobreza con valores como la humildad y el heroísmo que perpetuaban el conformismo. Dos años más tarde, en 1950, un director adoptado por México estrenaría su antítesis, Los olvidados.



El largometraje de Los olvidados es más cercano a la realidad de la sociedad a la que la ciudad moderna daba la espalda, los primeros minutos del mismo nos dejan ver a El jaibo, interpretado por el actor Roberto Cobo, recorriendo la ciudad con una expresión en su rostro que no volvimos a ver, observa la ciudad con deseo, parecía anhelar el haberse nutrido de un contexto como aquel que nunca tuvo.


Minutos después nos damos cuenta de la diferencia entre lo urbano y lo rural bajo la percepción de sus pobladores, la escena que mejor plasma esta idea se da cuando El Jaibo, comete un crimen contra Julián: este es llevado a un lugar “alejado del pueblo”, un lugar poco reconocido por la población y que, sin embargo, dejaba ver una estructura aporticada de acero a lo lejos: un edificio en construcción con una altura inconmensurable por la lente de Figueroa. Esta escena nos muestra que, allí, donde el pueblo terminaba, comenzaba la ciudad moderna mexicana, y en el umbral que las separaba se daban todo tipo de acontecimientos, era el lugar para esconderse, para cometer un crimen, para verter desechos, estas expresiones de asentamientos humanos coexistían negándose y oponiéndose la una a la otra, siendo ajenas entre sí.


En este México moderno la brecha entre lo urbano y lo rural incrementó en la medida en que la industrialización y el orden gubernamental designaba las zonas estratégicas como merecedoras del desarrollo prometido, desinteresándose por aquellos sectores que ya venían sido excluidos y con ello, abandonando a su población, olvidándola.


Esta falta de paternalismo nacional es reflejada en los propios personajes, “El jaibo” ni siquiera conoce su nombre, Pedrito no es reconocido por su propia madre, quien no conoce a su padre. “Ojitos” es abandonado por su padre a su suerte en el mercado del pueblo, Julián tiene que cuidar de su progenitor hundido en el vicio. La sociedad entera se muestra desintegrada desde su núcleo, la familia.



Un elemento que observamos recurrentemente es el uso de las aves de corral, las gallinas y los gallos, que para el propio Buñuel representan la irracionalidad y que, si analizamos con más detenimiento, vemos como estas confrontan con descaro a los personajes, pareciera que estas remiten el estancamiento social en el que se encuentran. A pesar de ser aves, las gallinas no pueden volar, su primera condición material: "cuerpo" se los impide, sencillamente no pueden, en cada intento fallan torpemente, ello mismo se observa en cada integrante de la sociedad que la película representa. Asimismo, estar ciego o no tener piernas son impedimentos inmediatos que simbolizan el "no ver la dirección, desconocer el rumbo así como negar lo visible" no tener piernas, por su parte, parece simbolizar  el "no poder andar aunque la dirección sea clara". Sin embargo, los impedimentos estructurales están en la violencia, la miseria, la marginación, la desprotección, el olvido de la población en la idea de progreso que causan que sus integrantes no puedan despegar.


Las gallinas son también estos hitos que recuerdan y marcan eventos y después se presentan como un crudo fantasma de los hechos. Cuando la madre agrede a las gallinas con un palo, Pedro parece recordar la muerte de Julián a manos del Jaibo. Es en Pedro en quien vemos el esfuerzo de cambio, pues a priori no hay buenos ni malos, Pedro está entre convertirse en el Jaibo o convertirse en Julian, más cuando mata a las gallinas (también con un palo) mata toda esperanza de este cambio. Por último, cuando Pedro muere, una gallina se posa en su pecho, y así, la gallina sentencia que todo cambio es imposible.


A pesar de su crudeza y el desagrado del público “Los olvidados” se convirtió en una de las dos películas consideradas Patrimonio Audiovisual de la Humanidad, la primera en recibir este reconocimiento de la UNESCO fue Metrópolis (1927) de Fritz Lang.


El pueblo de los olvidados muestra escenarios destruidos, de viviendas inconclusas, sin planeación, sin rasgo alguno del “desarrollo”. Contrastantes con la imagen de los suburbios de otras zonas mexicanas como el pedregal de san ángel, que a su vez recordaba a los suburbios estadounidenses, aquellos mostrados como sitios aspiracionales, y que, en las periferias de aquel México, eran vertederos de la nueva urbe moderna


Así, "Los olvidados" narra la historia de la juventud marginada de los barrios bajos. No proyectaba una imagen virtuosa de la pobreza como la plasmada por Ismael Rodríguez y Pedro Infante en “nosotros los pobres” era una imagen profundamente incómoda para el espectador de la época, pero no ajena a la realidad latente, donde no hay buenos ni malos, solo el humano y sus condiciones, sus decisiones promovidas y exhortadas por el entorno en el que nace y crece.


Hoy en día los olvidados siguen presentes en México y el mundo, las diferencias siguen igual de marcadas, en todo momento podemos observar lo que aquel discurso inicial del filme a la voz en off de Ernesto Alonso exponía:




“Las grandes ciudades modernas: Nueva York, París, Londres: esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes”

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